Hambre emocional, ¿se puede decir que no es real?

Comúnmente se suele hablar de dos tipos de hambre, una clasificación simple (también simplista, ahora veremos por qué), pero, sin duda, la más habitual y sencilla a la hora de explicar estos mecanismos,. Así encontraríamos:

 

El hambre fisiológica

conocida como “hambre real” Podríamos decir que es el hambre del cuerpo, aquel que nos impulsa a alimentarnos a través de un mecanismo regulador (homeostasis) regido por hormonas, como la grelina y la leptina, entre otras, que nos envían señales para que sintamos el deseo de comer o por el contrario, saciedad.

En este caso, como consecuencia, hablamos principalmente de una alimentación nutritiva y funcional, a través de la cual suministramos energía y nutrientes a nuestro cuerpo y solemos detectar mediante señales físicas que van aumentando gradualmente, generando deseo y necesidad de comer. Lo más habitual, es que nos apetezca cualquier tipo de alimento.

 

El hambre emocional

Es el hambre del “corazón” podríamos decir, de las emociones.

El hambre emocional en sí mismo no es malo, todo lo contrario, es necesario y funcional. El acto de comer en el ser humano está evolutivamente ligado a emociones agradables y placenteras, es el hambre hedónica, aquella que nos impulsa a comer porque algo nos gusta, porque estamos en buena compañía, porque disfrutamos… Es imposible comer sin experimentar ninguna emoción, de hecho es necesario no sólo por su función vital de supervivencia, sino también por la importante función psico-emocional, social y cultural que tiene en nuestra vida. Una vez que se da el detonante: bajada de serotonina, pico de cortisol, estímulo organoléptico, recuerdo, apetencia…ciertos mecanismos llamados “sistema de recompensa” comienzan a poner en marcha reacciones físico-químicas que darán como resultado, la apetencia y el deseo de comer algo, incluso pueden llegar a dar hambre física, ya que este complejo proceso no es independiente de otros involucrados en nuestro hambre fisiológica.

 

Entonces, el hambre real es el hambre física ¿y el emocional no es real?

Al escuchar el término ”hambre emocional”, no puedo evitar tener una contraposición de pensamientos y reflexiones. Por una parte es cierto que, a nivel general, se podría decir que los complejos e intrincados mecanismos que acaban produciéndonos hambre, pueden comenzar de forma preferente por una vía más física (estómago vacío, glucemia…) o por una vía más psicoemocional (deseo de aumentar el bienestar, calmar la ansiedad, activación de la apetencia por los sentidos, como el olfato o la vista). Pero por otro lado, sea cual sea el detonante inicial, la “primera mecha”, una vez se ponen en marcha, ambos mecanismos (homeostático y hedónico) comienzan a sintetizar sustancias y a activar mecanismos que se entrelazan y retroalimentan, unos llaman a otros y viceversa.

Por eso considero que es complejo parcelar el tipo de hambre en una clasificación y muy reduccionista llamar REAL sólo a uno, como si el otro no estuviera teniendo un proceso totalmente orgánico dentro nuestro, sea más a nivel cerebral que estomacal, pero real igualmente.

 

Cuando supone un problema el hambre emocional

Si la ingesta alimentaria se produce para evitar o eliminar emociones que nos causan dolor, siendo esta nuestra única herramienta, nuestro único medio para gestionar y canalizar el sufrimiento, entonces estamos ante una dependencia emocional de la comida, y nos está indicando que hay algo que debemos atender.

La dependencia emocional de la comida condiciona seriamente la salud y la vida de la persona que la sufre; el deseo aparece de forma incontrolable y a menudo se expresa a través de ingestas compulsivas, generalmente se eligen productos poco nutritivos y muy palatables, se hace a escondidas, sin presencia, ni disfrute, ni conexión con las propias sensaciones, y viene seguido sensaciones de culpa, necesidad de compensación o castigo, vergüenza…

Este comportamiento, llevado a cabo de forma repetitiva como única vía de escape de las emociones, genera una sensación de lucha interna continua; la comida ya no es una aliada, que nos nutre y reconforta, sino algo que nos hace perder la paz y nos genera sufrimiento, pudiendo desembocar en una relación disfuncional con la comida y con el propio cuerpo, conductas alimentarias de riesgo, u otros problemas.

Este apego a la comida causa mucho dolor y malestar en las personas que lo sufren, pero es algo que se puede identificar, tratar y sanar.

Para ello, es importante el abordaje multidisciplinar; trabajando a nivel nutricional en la reconexión con nuestras apetencias, necesidades y señales básicas para despertar la intuición nutricional innata a través del conocimiento y la práctica, y desarrollando a nivel psico-emocional otros recursos más eficaces que la comida para gestionar las emociones, el sufrimiento y el malestar cuando aparecen.

Cuando experimentamos una alimentación consciente y alineada con nuestras necesidadesfísicasyemocionales,ysentimoscuerpoymenteen coherencia, no hay sufrimiento ni culpa y vivimos desde la armonía y el disfrute nuestra relación con la comida.